Advertencia: La siguiente crónica (y sus posibles secuelas) está hecha con los relatos, experiencias y conversaciones personales del periodista con diferentes observadores de los crímenes ocurridos en las ultimas semanas. El material fue obtenido off the record y ha sido revelado tiempo después para proteger a los participantes, cuyas identidades no serán reveladas. Se recomienda leer con discreción.
Volumen 1: En la gasolinera…
Acabo de dejar la zona de los lubricantes, donde el primer tiroteado cayó luego de recibir las balas en su intento de escapar del flaco veinteañero que, al bajar de su moto, lo atacó en un brinco. Tengo la tarea autoimpuesta de obtener datos con detalle, así que me presento ante el auto que los ultimados hace tres horas esperaban en medio de su cambio de llantas, y en plena revisión propia me encuentro de frente con el comienzo de una nueva revisión de los hombres del Cuerpo Técnico a la escena.
Aquel Atos azul chillón, una clase única de taxi “zapatico”, había recibido una perforación hecha por una bala desviada, la única que no traspasó a Ascanio y a Verá, en la parte trasera del lado izquierdo de la carrocería. Así que el deber de los funcionarios es mirar el daño, que ven luego de abrir el baúl, enfocándose a un solo lado mientras revolean las manos para indicar la capa o la retaguardia de la silla de atrás.
-No pasó de ahí-alcanzo a oír de uno de ellos
En ese momento, hallan una de las ruedas, y al notar la obvia falta de daños mayores del carro deciden con un mismo decir que “guarden las llantas”. No entiendo el motivo, tal vez querrán terminar el trabajo para llevarlo y examinarlo más de lo posible después de engancharlo a una grúa, o dárselo a los familiares, pero luego de un llamado una figura ya llamativa desde el vamos deja el salón aledaño al sitio para lubricación donde los mismos agentes habían estado rato atrás.
Aquel, un hombre mecánico moreno y delgado vestido en jeans, con gorra de almacén de ropa vintage con algún año escrito, un morral de pecho colgado y una expresión de miedo en la cara, era el mecánico que atendió a los fallecidos, que luego de llegar a la escena escucha la propia pregunta que me hice apena lo vi.
– ¿Estuviste en el hecho?
-Si, los dos eran clientes nuestros
-¿Puedes contarme qué ocurrió?
-Si, pero deja y primero hago esto de las llantas
Yo, que había llegado hace media hora ya luego de dejar con éxito un control nutricional, no obtuve mayores detalles que la colaboración de un reportero urbano y la multitud que, aquí o en los alrededores de la estación, seguían pendientes o mirando a detalle minucioso la escena detrás de la cinta amarilla. Así que si o si, esto me iba dar algo hasta para terminar la historia.
***
Van quince minutos y el mecánico no llega, está ahí todavía mirando el carro y atendiendo a la escena y la charla propia de serie policial de televisión de los funcionarios. Por lo que queriendo ya saber lo ocurrido y cumplir el deber, lo llamo entre la habladuría y el ruido de los autos.
No obstante, solo arruga la cara y asiente la cabeza negativamente, como queriendo expresarme un “no quiero meterme en problemas” sin hablar. Así que, ya sabiendo que tocara trabajar valiéndome de la información de la Policía, me voy de la escena para redactar el relato.
Eso sí, antes de ello hago uno que otro acercamiento más, me aproximo con algún paso al espacio de algún trabajador, le pregunto un repetido “¿sabe lo que pasó?”, y toda respuesta es la misma que la del resto- “yo escuche los disparos”, “no estaba ahí”, etc- hasta que, luego de andar otra vez por los lados de la cinta amarilla, un funcionario revela luego de sacar un objeto de las sillas traseras del Atos azul. Que provoca que los curiosos y sus propios colegas cambien las caras de golpe.
-Ese man era de una banda ahí-dice un hombre rubio barbado que está a lado mío
¿El objeto? Una gorra negra con unas figuras doradas flameadas o con estructura de espiral que, al parecer, exhiben algún tipo de logo nombre o logo estampado que no se entiende a plena vista. Pero qué tanto aquel hombre rubio pelón como un señor mayor moreno vestido con gafas y polo digan:
-Esos manes estaban en algo
-Estaban en un negocio turbio-digo
-Si, y los muchachos que mataron a esos dos no eran gatilleros. Estaban preparados
-Eran dos pelaos, veinteañeros-respondo
-Claro, ahí vi cuando se les cayo la moto y los cogieron
Ahí, la conversación se hunde en el testimonio y chisme. Un grupo entero de cinco hombres de a pie, entre ellos un trabajador de oficina con la camisa puesta y un estudiante de medicina-no se si de la Metro- aun con su traje antifluidos puesto y el maletín encima, comienza a hablar de los eventos que ya describí aquí, se pone a mirar los videos virales sobre el hecho donde Ascanio yace en el hueco de la zona de la lubricación y Vera tiene una moto tirada encima de su cadáver; y hasta se dicen entre ellos hasta que moto usaban los atracadores.
-Esos vigilantes no tenían armas-dice el oficinista mientras ve a la seguridad de la gasolinera
-Todos los trabajadores
No falta la teoría. Esas palabras y conclusiones que, a raíz de la presencia de una persona en un crimen anterior como espectador o víctima, se atreve a decir cada que otro hecho ocurre en cualquier calle de Barranquilla, pero no por donde ella transita.
-Yo vivo como a 10 cuadras de aquí y como a cada dos semanas escucho un tiroteo diferente-digo
-Ahí le cayó un man en una moto, y cuando llegó le mostró la pistola y pidió que le diera todo lo que se ganaba-dice el señor de las gafas
-A esos pelaos les dan hasta 300 por allá por cada muerto-dice el barbado
– ¿En qué lugares?
-Cualquiera del sur, ponle tú Rebolo, Las Gardenias, por esas zonas
No es novedad para mi atender a relatos como aquellos, ni que a un ciudadano de Curramba le echen un cuento de un delito o cómo actúan los victimarios. Barranquilla se encuentra en una ola de homicidios que, en el último mes, el primero de este 2025 joven, tuvo 64 homicidios en total.
Aquella cifra, según medios de datos locales como @datos.baq, representó un aumento del 11% a comparación de los datos del año pasado. Enseñando con fríos dígitos el cómo se están manchando las calles barranquilleras de sangre. Dejando, así como lo hacen ahora estos señores y yo mismo, a todo ciudadano de a pie que medio pasa por ellas rutinariamente con algún cuento que “echar”.
Tanto es así que, al “chismosear” y comentar otra vez sobre los dos flacos homicidas, el señor del polo dice un yo los vi cuando cayeron y, ya un poco emocionado comienza su relato.
***
Él estaba por un sitio de la zona, emplazado a dos manzanas anteriores a la que está en frente de la acera aledaña a un árbol de cinco metros donde Ascanio y Vera fueron abordados por sus homicidas. Metido en vueltas y conversaciones personales y propias de la hora de almuerzo cuando el “rafagazo” sonó, y los dos veinteañeros arrancaron en la moto.
Los dos muchachos, de apellidos Zabala y Tirado, se acercaban al escape instantáneo cuando, al casi llegar a la esquina de la 75 cercana al antiguo Hospital Metropolitano, dos agentes de la policía se encontraron con ellos y arrancaron una persecución.
–Ahí empezaron los disparos, y de una nos tiramos abajo-dice el señor
Apenas los patrulleros comenzaron la persecución, Zabala sacó el arma y comenzó un tiroteo que asusto a los habitantes de la zona limítrofe entre Ciudad Jardín y Betania, hasta que los homicidas cayeron en un cruce cercano a un local de Farmatodo y una casa vecina de la Litoral.
***
-De ahí me vine para acá-concluye el señor, todavía en conversación exaltada
Ahí, ya sabiendo que tengo el testimonio para hacer la nota roja, y ya teniendo en cuenta que la tarde se acercaba a sus últimas, me despido con agradecimientos nada duraderos y me retiro hacia mi casa, que ha de veras si está ubicada después de esas 10 cuadras que les dije a ellos. Hay dos objetivos: Comprar un chicharrón en el Santa Cruz de al frente, una que me puse y cumplo antes de encaminarme a mi hogar; y escribir una crónica judicial corta, pero con relato, plasmando lo que aquel señor me acaba de decir.
Esta charla fue potente y profunda también, tal vez haga algo con ella pronto, pero no ahora.
Epílogo:
Pasan dos horas desde que publique la nota en este mismo periódico, y en los grupos familiares propios y de periodistas locales que siempre buscan boletines de las instituciones aparece un hipervínculo de una nueva nota cuyo titular me eriza cada hebra de mis vellos corporales:
“Eran cobradiaros” identificadas víctimas de doble homicidio en la bomba del ‘Muñeco’.
Esas sospechas veloces de los cuatro caballeros y los funcionarios se confirmaron. Esa gorra negra parece que confirmó temprano que los dos hombres estaban en “negocios turbios”.