Nota: Esta crónica es una reconstrucción de las situaciones vividas en medio de un proceso civil, con base en testimonios y explicaciones obtenidas de varios extrabajadores de la Ciledco. Para la protección de estos, se decidió no revelar sus nombres.
El grupo de extrabajadores, unas doce personas entre hombres y mujeres, vestidos con la pinta de polos o camisas de botones y jeans propias del trabajador barranquillero, llegan al este edificio modernista de ventanales grandes y techos arqueados, y luego de ascender por el único ascensor funcional de los cuatro disponibles del Centro Cívico, se meten al noveno piso y buscan la oficina de un juzgado en específico.
Ahí, en un pasillo largo e interminable donde se repiten uno tras otro los ventanales de casi dos metros, el olor a remedio y luces cuadradas tenues como si fuera una sala de espera de hospital, los doce caminan hasta que, como en las demás oficinas, una puerta puesta de lado y pegada a una pared sobresaliente aparece ante ellos y los hace detenerse en la toda la mitad del sitio.
En ella un pequeño cuadro ubicado en la punta de una puerta anuncia un nombre ya memorizado por ellos: Juzgado Décimo Civil de Barranquilla.
Habían pactado otra protesta más y se habían enviado comunicados entre ellos en sus conversaciones de WhatsApp. La razón: Una nueva búsqueda de respuestas y algún aviso que los informara de cómo iba su proceso en el que ya llevan seis años buscando que, con la Ciledco ya liquidada y sin alcanzar el poco dinero de las ventas de su mobiliario y maquinas, se les pague sus liquidaciones definitivamente.
No obstante, en el caso de aquella vieja lechera-que quebró en el 2019 por una crisis económica- no hay más activos para vender la vieja fábrica del barrio Recreo. Como esta no ha tenido comprador, por ley se debe adjudicar la fábrica a una agente, poniendo en riesgo el pago para los trabajadores al ser la única chance de que se obtenga dinero para ello. Obligándolos a estar a la espera en un proceso que quedó en manos de este juzgado.
Mismo juzgado del que ahora, al verlos en su postura para reclamar y oír su llamado, uno de los funcionarios atiende a los doce y, en ese rito común de mediar y decir lo que decide el jefe desde su oficina como si fuera recepcionista de un consultorio médico, les dan el permiso para que cuatro de ellos pasen.
De inmediato el nuevo y pequeño grupo, una pequeña fracción de todos que hará de representante, entra a esa fría oficina con folios gruesos de papel postrados en escritorios de dos tablas; cubículos semicerrados; y cajones grises colgantes, y un señor de poco pelo, lentes y piel trigueña arrugada los recibe como en todo protocolo. Es el juez del Decimo Civil, Edgardo Vizcaino, y este es un encuentro más con él.
Los extrabajadores hablan con él; le comentan de una nueva ley para que el precio del predio baje y atraiga a compradores; y le expresan las cosas que hablaron con los dos abogados que los representan ante la justicia y que también visitaron este lugar unos días antes; y como en cada visita de este tipo, le hacen un pedido ya común para ellos:
Que finalmente se venda la fábrica y se les liquide con la plata de esa venta.
Pero más allá de las explicaciones, aquel señor solo les instruye sobre esas mismas trabas y procesos que, según este y la ley, se tienen y se deben hacer- como los cálculos con las pensiones y los porcentajes de la plata obtenida por vender propiedades que se tiene en el banco- y al final exclama una frase lapidaria:
-Necesitan la conmutación pensionaria… (o cualquier otra razón)
De todo esto, solo ocurre una última escena: Todo el grupo sale, triste y con la decepción al descubierto en sus caras, y luego de informarle al resto sobre todo lo dicho por el juez, se retiran de aquel pasillo, otra vez.
Un mes después…
Los doce están otra vez aquí, se paran en silencio otra vez en este pasillo, aún más callado que hace un mes, y levantan entre varias pancartas frente a ese ventanal para protestar. Una de ellas tiene esta frase y envía este mensaje:
– ¡NO a la adjudicación de predio¡¡Si a la Ley del Martillo Electrónico!
Pero ahora, desde esa oficina, nadie los atiende en esta mañana. En esa oficina un solitario hombre mayor de lentes y camisa de cuadros que solo revisa un algún folio de muchas hojas es la única alma presente y casi no levanta la cara ni presta atención al grupo, aunque este cubra todo el ventanal con sus cuerpos y las cartulinas de las pancartas.
Mientras tanto, un hombre moreno y grueso, que alguna vez fue vigilante en la vieja fábrica, y varios hombres más me rodean y aparte de hacer todo el recuento de lo que, en la parte anterior, narré. También me hablan de su situación actual.
-Varios de los nuestros ya fallecieron y no alcanzaron a obtener su plata. Otros están muy enfermos, hasta yo me infarte una vez, y varias familias se han desintegrado al no tener su fuente de ingresos-agrega el exvigilante
Esta es la segunda vez que vienen a exigir con esta protesta silenciosa y las pancartas en la mano, pero no la segunda en que reclaman la resolución de todo este problema y se presentan aquí. Han sido muchas más, han sido seis años metidos en estas visitas, y todo lo que acabo de narrar hace pocas líneas es lo que siempre ocurre en cada visita.
Siempre es así paso por paso y escena por escena, no hay diferencia entre la pasada más antigua y las más reciente, y lo único cambiante es quienes son los cuatro que entran al juzgado y, sobre todo, qué razón da el juez para no dar la luz verde a los pedidos de los extrabajadores y a su propuesta.
-Aquí venimos, pero siempre de forma pacífica, sin escándalos. Solo traemos las pancartas-agrega el exvigilante
Misma propuesta que, según ellos, se basa en la aplicación de la ley 2437 del 2024, sancionada dos meses atrás. Con la que la fábrica podría atraer una venta o subasta que, hecha por un primer comprador interesado, pasaría de inmediato el dinero y aseguraría un pago considerable que el agente liquidador repartiría a todos sin satisfacción.
Pero hoy ni está el juzgado entero, con esa ausencia no se dará otra vez ni una novedad ni esa luz verde esperada, por lo que, luego de media hora más de pie y sin atención dada enrollan las pancartas, se despiden con las caras alicaídas o aburridas, pero hablando con tranquilidad y se retiran de este pasillo en silencio. Viviendo un intento más y esperando a que ocurriera todo lo contrario a lo que, dice en otra pancarta:
Señor Juez Vizcaino, llevamos seis años en este proceso y no vemos solución. Siempre hay dilatación.