Por: Randy Gómez Africano “El Gonzolombiano”
Sábado 25 de enero de 2025.
7:10 PM
Barrio Alto Prado, Barranquilla.
Panorama, ambiente y comelona
Me encontraba con mi mascota frente a la calle de cada noche después de salir de mi conjunto residencial para llevarlo a su paseo diario por las aceras de la 74 con 49b, cuando de repente un hedor placentero de cerdo condimentado y asado se metió en el aire mientras miraba a donde meterme, y la vibración de una artillería de tambor llamador, tambor alegre y tambora unida a una flauta de millo y la voz del Checo Acosta llenaron el ambiente y espacio, comúnmente silencioso, de la zona.
Siempre en las noches, aquella manzana de forma triangular donde habita el Parque José Martí está desolada y lúgubre, cubierta entre casas gruesas que solo están habitadas en el día y palos de mango frondosos, y apenas iluminada por un poste solitario y las luces de la sede de Integraseo. Que crean una sensación de soledad y silencio eternas que tanto hoy como a cada noche, me obligaban a ir solo por los jardines del edificio para evitar algún peligro proveído por la oscuridad.
Al menos la situación era así hasta que, atraído por esos dos estimulantes a la nariz y el oído que ya inundaban la cuadra, me metí por el edificio de la antigua sede de Pronti Courier, y después de pasar sus baldosas de gravilla, me encontré con el otro lado de la cuadra con hileras de sedanes aparcados en cada acera casi cerrando la calle; unas luces blancas potentes alumbrándola y la imagen de tres señoras morenas conversando entre el andar de una olla gigante, un barril asador y una parrilla.
Pero ahí, solo al encontrar de inmediato varias sillas blancas-esas que aunque sean de Plasticol, les decimos Rimax– que a cada segundo tomaban familias y combos de amigos; ver una especie de palco pequeño ya colmado por señoras con adornos de flores a un lado de la cabeza, muchachas en tirantes y tops, y uno que otro niño; y oír el resonar de La Puya Loca, que se hacía más fuerte con cada pasa dado por mí, confirmaba que el único evento nocturno anual donde la cuadra deja ese silencio eterno había llegado.
-Si señor, hoy es la izada de bandera del Cipote e’ Garabato-grité mientras me acercaba a la zona
De inmediato, al recordar que aún no habíamos tomado la cena en mi casa y notar mi hambre, asumí el rol de Anthony Bourdain costeño- ese que alguna vez fui en Bogotá en otro reportaje que hice para La Cháchara- y le pregunté a una de las tres muchachas morenas, que vestía una camiseta roja con la palabra staff y el sombrero de garabato pintado en su abdomen:
– ¿Qué tienes aquí?
-Chuzo de Butifarra y Chorizo a 8 mil
– ¿Y en la olla?
– Sancocho e´ Guandú a 10 mil
-Y allá
-Chicarrones al barril, pero eso es con el señor
Ahí se revelaba la imagen de un hombre vestido cual científico con una bata que iba hasta los talones abriendo un barril y un joven muchacho cortando pedazos de chicharrones, y que al pedirles que me apunten para que me den una caja, me dijeron:
-Como en 15 minutos está listo

La comparsa, que hoy alza su bandera para dar apertura a su actividad en Carnavales, siempre coloca una venta de comidas, conformada por platos comunes en los menús cotidianos de la cocina costeña.
Ya sea uno callejero como el chuzo de carnes frías empaladas, o casero como los sancochos espesos cocinados con la olorosa potencia de la leña, quemado en medio del viento frío que en estas épocas sopla en la ciudad, siempre que las ollas se prenden por este parque en estas épocas es de la mano de ellos.
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Antes de seguir narrando esta noche entera, debo responder ¿Qué es el Cipote e’ Garabato? y ¿Qué es una izada de bandera? A cualquiera que lea estas líneas le puede venir la duda si no es de Barranquilla.
Para resumirlo en un párrafo, el Cipote e’ Garabato es una reconocida comparsa con sede en Alto Prado que, bajo el liderazgo de la familia Pernett, le da al carnaval su expresión de la danza del Garabato. Ese baile en el que un personaje con sombrero blanco adornado de una flor; pantalones negros parecidos esos usados por la nobleza en la época colonial; camisa amarilla cubierta por un pañuelo azul con encajes; una capa roja llena de figuras; y un bastón blanco empuñado, baila junto a las mujeres y se enfrenta a La Muerte esquelética en una épica parte final de cada coreografía.
En el caso del Cipote, su coreografía es la tradicional de esta danza sin novedades ni fusiones, pero su expresión y su reputación a nivel local los ha llevado a tener en sus vitrinas premios y una trayectoria que este año llegó a los 35 años de existencia. Tres decenas de años y media en los que ella, recordando las palabras que el director Hernán Pernett me dijo una vez que lo entreviste:
-Llevamos el Garabato al Carnaval. Antes estaba el Garabato de Emiliano, pero él no salía de sus propios eventos, así que el Cipote e´ Garabato llevó la danza a los eventos del Carnaval.
En medio de esta edición especial de sus actividades anuales, la comparsa eligió este 25 de enero aún lejano de las fiestas para izar su bandera. Una izada de bandera es el evento principal en el que las comparsas, como pequeñas naciones de artistas cuyas labores cotidianas consisten en un baile organizado y los disfraces son la moda diaria de todos, alzan sus banderas para dar el comienzo a su participación y su vida en los carnavales de cada año.
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Había recordado que Doña Nancy, cuya casa- y fábrica de comida a la vez- queda a dos de la vieja casa republicana de color amarillo mostaza donde el Cipote e’ Garabato tiene su sede, siempre vende alguna cosa en medio del evento. Por lo que me metí por esa acera donde ya la gente tomaba el lugar en su bordillo, y llegué luego de tropezar con las comparseras. Que ya rondaban de un lado a otro reluciendo sus vestidos negros brillantes adornados por flecos verdes, amarillos y rojos escarchados.
Ellas, con sus vinchas de flores relucientes colgadas en sus cabellos amarrados, esperaban desde ya el momento para que, acompañadas de sus parejos con los bastones en las manos y las mandíbulas pintadas de blanca, comiencen a bailar y tornen la calle en un pequeño cumbiodromo-algo que, al mirar ese mini palco de la otra acera, ya se daba por hecho- al empezar sus pasos, rondas y movimientos mientras suena algún tema del ritmo garabato al frente de esa casa que precedía el humaral y la imagen de una vitrina de fritos que confirmó mi llegada a donde Nancy.
Ahí, en un patio aledaño de poco pasto, un hombre robusto tenía la vista en parrilla y a una señora ayudándolo con los pedidos en una de las paredes externas de la casa, y al verlo con las manos en unas chuletas ya llenas de buena costra, le pregunté por todo.
-20k todo- respondió
– ¿Qué tienes ahí? -pregunte
-Chuleta, pollo y res
Era una obviedad, pues ya había visto la oferta escrita en una cartulina colocada en una reja cercana a la vitrina de fritos, que en plena acera se exponía mientras era atendida por un muchacho que le decía a uno que otro curioso “a 4 mil los fritos, a 2 mil el corozo y el agua de arroz, y a 7 mil el chorizo”.
Aquel curioso fui yo en realidad, y ya con aquella información conocida, tomé a mi perro y nos devolvimos a mi casa para comentarle a la familia la comelona que, sabiéndonos con hambre y queriendo meternos en este evento al que no siempre asistimos, era segura que estaría en nuestra mesa.
Las llegadas, las familias y el comienzo
Mi madre se dirigía al parque para comprar el festín. Mientras yo, ya sin mi mascota llevada en su correa y vestido con una camisa parecida a la del Checo Acosta en el video que hizo el año pasado, me puse a esperar en los escalones de la entrada a dos amigos que invité para no pasar este evento en soledad.
Había hablado con ellos hace pocos minutos para proponerles vacilarnos el evento, casi a lo improvisado pues no había seguridad de que llegarían de un momento a otro en plena noche de sábado después de trabajar o venir de un compromiso donde un familiar. No obstante, como en los principios de cada año, con las faltas de actividad después de trabajar, tenían todos tan desocupada la noche que confirmaron sin problema su asistencia.
En ese mismo escalón, hace media hora, mientras hablaba con una vecina y su niña sobre mascotas, llegó una Journey gris al parqueadero del conjunto y, al bajarse de ella un señor pelón y barbado, vestido en una camiseta verde-esas de las que tienen frases virales y venden en las ferias durante la época- y jeans, se me acercó.
-Aja mijo ¿Cómo estás?
-Bien
– ¿Y tus papás cómo están?
-Bien, allá en la casa
Era un tío de mi cuñado, que al parecer vino a presenciar la izada, confirmando así que la familia de él estaría en la fiesta. Algo también evidenciado minutos antes, cuando su propio hermano-el padre de mi cuñado pues- pasaba por la acera del edificio y me comentaba que “irá a ver cómo está la cosa”.
Ya había visto a varias familias por la calle en la primera caminata, especialmente matrimonios de treintañeros vestidos de camisetas holgadas y bermudas, y top y shorts sentados en los bordillos y en sillas plegables mientras acompañaban a sus niños, vestidos de igual manera. para que no se perdieran en la creciente multitud.
Varios eran de las casas de alrededor, clásicas fachadas de uno o dos pisos silenciosas, con rejas en sus ventanas, pinturas de colores pastel y jardines del tamaño de habitaciones enteras propias de los barrios de clase media de Barranquilla, que en las noches se pierden entre sus árboles y el silencio, y sus ocupantes no se notan a primera vista. Así que verlos afuera envueltos en la vibra de la celebración con alegría era una sorpresa.
En esta manzana no hay reuniones en la terraza; familias eufóricas congregadas en visitas alegres y con conversaciones en seguidilla, muchachos en la calle rondando o estando de pie en los bordillos ni niños acompañados de un adulto brincando en el pavimento y gritando felices con un juguete en mano. Por lo que una izada de bandera y la convivencia de cualquier comparsa, a primera vista pone hasta al barrio más desconfiado y callado a “vacilarla” y sentarse en las aceras como todo en bazar popular.
En esa misma escena me encontraba yo, conmigo tumbado en la propia acera de mi edificio mirando a la calle. Hasta que, dos minutos después, llegó Andrea vestida en una camiseta hecha del mismo material de las polleras de las cumbiamberas, quien al verme en los escalones abrió los ojos de sorpresa como si fuera algún encuentro conmovedor después de años sin verme.
-Habla man, ¿cómo has estado?
-Bien mija, ¿y tú?
Ahí estuvimos por veinte minutos, charlando a lo casual de chismes de chat de WhatsApp, gimnasios y graduaciones futuras. Hasta que un taxi sedan paro a mitad de la calle y de él se bajó Andrés-si ambos tienen la versión del sexo opuesto del nombre del otro- con una risa y hablado de borracho en su rostro y voz que nos confirmó que era hora de irnos y nos mandó a cruzar otra vez por las mismas aceras por las que anduve hace media hora.
***
Dimos con el parque aún más lleno en los muros y bordillos, entre muros de robustos y flacas corpulentas, y con la música del camión-sistema de sonido tronando hasta los edificios. Había más gente recostada tras los palos de muchas ramas y más gente de pie abultada entre sí colmando cada baldosa del parque, por lo que nos metimos en la acera y al primer bordillo que vimos, un muro del jardín de la propia sede de la comparsa, nos sentamos entre el apretón y el tropiezo de cuánta gente pasara alrededor.
-Aquí está bien, esto se disfruta así-dijo Andrea
Desde ahí ya estaba listo el ambiente con el fandango sonando desde el bafle y la aparición de combos de adultos. Uno podría decir: Adultos en Carnaval, una cosa normal. Pero es solo una forma de decir que, en realidad, habían llegado la gente mayor con su actitud jovial y su vestimenta de jean o camisa psicodélica, que en sus grupos que cierran un pedazo de la calle, con su trago que se comparten entre sí y el perrateo entre ellos con las caras picaras y las palabras propias de una canción de Dolcey Gutiérrez, dan la imagen emblema de como “parchar”, aunque suene raro, en estas épocas.
Ya sean una decena de treintañeros con la cara de haber dejado el horario laboral; grupos de a dos a cuatro señores y señoras ya mayores sentados uno al lado del otro como su situación de pareja pide; una parte de una familia formada por dos señoras hermanas, algún niño y dos muchachos, o muchachas, sentadas en sus propias sillas y hablando de sus temas familiares, o de plano un combo de señoras de sesenta años para arriba charlando de sus vidas propias o externas, oírlos en su habladera y verlos en su juego espontáneo es la señal de un ambiente propio de las carnestolendas.
Uno de esos combos ya andaba antes en la suya, y con eso se puso al lado nuestro, comenzó a opacar el sonido de los parlantes y nos puso a escuchar de sus chismes del compadre que le mentó la progenitora a alguien, a la compañera con algún regaño en el trabajo o alguna grosería que se llevó un familiar en una pelea, amenizando nuestra sentada en el bordillo.
Mientras tanto Andrés, a pesar de lo borracho y el rostro de hombre recién levantado que tenía en la cara, se levantó y se metió en la terraza de la casa, tropezando con un garabato de cartón y fomi que teníamos al lado, para buscar más alcohol. Yo sediento, de inmediato me fui detrás suyo como si fuera un animal siguiendo a alguien en una calle, y lo acompañé hasta una ventana escondida donde vendían, como en cada año, bonos que después se podían gastar en el parqueadero de la casa reconvertido a bar.
-Dame un gaseosa-le pregunté al muchacho que atendía
-Claro, 3000 pesos-respondió
-Mejor dame un agua
-Claro, 2500
Luego volvimos, con Andrés con una lata amarilla en la mano y yo con una botella de agua de 600 mililitros, pero del tamaño de un celular del 2010, en la mía, y nos sentamos otra vez a escuchar las voces de los cinco del grupo de al lado, ahora montados en nuestro bordillo para ver mejor el camión-sistema.
Ellos, cinco hombres vestidos como si fueran Beele, a excepción de uno que lleva un jumper, y tres mujeres vestidas en el shortcito y el jean de tubo con muchos botones en la ingle y los muslos, hablaron varios segundos más y tomaron unas sillas de las reservadas por la comparsa. Hasta que como en un acto de entrada de un colegio o la presentación de cualquier concierto que habrá en mes y seis días, una mujer con la misma voz que la locutora de La Mega dijo así a toda la calle reconvertida en desfile:
Les damos la bienvenida a la Izada de Bandera del Cipote Garabato 2025. Este año llegamos a nuestros 35 años en los que seguimos “Al son de la tradición”. Denle la bienvenida al Cipote Garabato.