¿Quién dijo que a un juniorista no le gusta el teatro?

Micaela, sus hijos y Manuela, en escena de la obra ‘Micaela y sus hijos’. La presentación tuvo lugar en el Teatro Sala de la Sociedad de Mejoras Públicas, el 14 de marzo de 2025.

Escrito por Katherine Arias.

“La vida es una tómbola, tón, tón, tómbola…”

Tengo esa canción metida en la cabeza desde que salí deaquel espacio de sombras y luces. La tarareé en el carro; la canté mientras cenaba, y en la madrugada, cuando intentaba dormir, ahí estaba otra vez: “La vida es una tómbola, tón, tón, tómbola, de luz y de color(..)”.

Pero, ¿de dónde viene esa vaina? ¿Por qué, de todas las cosas que pasaron, esa es la que más se me quedó? Para entenderlo, hay que remontarnos al día del encuentro: 14 de marzo.

Aquel viernes arrancaba el primer tiempo de un fin de semana que prometía estar marcado por el fútbol. A dos días del partido del Junior -nuestro emblemático equipo-, en Barranquilla se respiraba esa mezcla de expectativa y fervor futbolero que solo aquí, en la capital del departamento del Atlántico, en Colombia, se entiende. No obstante, el destino me tenía preparada otra cancha: una en la que el balón no rodaba sobre césped, sino sobre un escenario. 

Pleno mes de la mujer, y mi regalo para mi novio -un hincha apasionado del Junior- no era una camiseta nueva ni una boleta para el estadio. Se trataba de un montaje teatral de ‘Micaela y sus hijos’, escrito por Tania Monroy, inspirada en los orígenes del equipo de sus amores, que luce aquella camiseta de rayas verticales con los colores rojo y blanco.

La contienda empezó temprano, para intentar que mi jugador estrella tenga las indicaciones claras. Pero existía un pequeño problema: él nunca había ido a una función y, según su perspectiva, el teatro no le gustaba.  Ahí comenzó mi verdadera hazaña.

Me tocó convencerlo de que no consistía en algo exclusivo de “intelectuales raros” o de gente que no tiene nada mejor que hacer. 

– “¿Qué voy a hacer yo en esa vaina, Kathe?”, decía. 

Pero como buena directora técnica, insistí en mi esquema de juego. ¿Era que no le gustaba o simplemente nunca había ido? Después de varias estrategias, lo convencí de salir a este, su debut.

Antes de llegar al lugar, pasé a recoger a una amiga, táctica común para ahorrar en gasolina y optimizar la ruta; puesto que cuando se tiene bolsillo de estudiante, uno tiene que hacerles marca personal a los gastos. Con la ciudad en su ritmo de viernes, sentía que el reloj se nos venía encima como en los minutos extras de un partido cerrado. Dejé el carro a dos cuadras del lugar y, con el apuro típico del que teme llegar tarde, me molestó tener que dar una vuelta innecesaria a causa de que mi novio no supo dar bien las indicaciones. Cosas que pasan en el fútbol y en la vida: siempre hay un quedao’.

Llegamos a la Sociedad de Mejoras Públicas, el estadio donde el encuentro se llevaría a cabo, específicamente en el Teatro Sala. Apenas puse un pie en la taquilla, me encontré con una neverita de Postobón, llena de stickers de la Banda de los Kuervos y del Junior. Yo me quedé fría. ¿Cómo es que en una noche de estreno tenían eso ahí? Pero claro, esto es Barranquilla. Aquí el Junior no es solo un equipo, es una religión, y hasta el teatro le rinde culto. Una mezcla extraña, un guiño a la cultura barranquillera que no entiende de fronteras entre lo formal y lo popular.

La obra inició un poco más tarde de lo programado. Nos sentamos en la segunda fila, lo suficientemente adelante para no perder detalle, pero sin sentirnos en el centro del proscenio. Desde el primer minuto, todo fue una goleada de emociones, pues ‘Micaela y sus hijos’ no era un espectáculo común. Se trataba de un duelo bien orquestado, en el que cada pase entre realidad y ficción se convierte en una oportunidad de gol. El relato de Micaela Lavalle, madre del Junior, no es la de un equipo creado desde las oficinas y el dinero. Es el legado de un barrio, de una mujer que soñó con ver a los niños jugar y les dio una cancha cuando nadie más lo hacía.

Lo más impactante no fue solo la trama, sino la forma en que se contaba. Enseña Teatro, un grupo que trabaja con lenguas de señas, incorporó este recurso de una manera magistral. Demostrando que las artes escénicas, como el fútbol, son un lenguaje universal. En uno, las señas no solo son inclusión, son una herramienta artística que enriquece la narrativa. Y en el otro, los deportistas se comunican con gestos y miradas. 

Además, contaba la vida de Yeiner, un joven de barrio que soñaba con este deporte, misma que se sentía cercana pues no se limitaba solo a lo imaginario, ya que es un reflejo de las muchas historias que protagonizan la ciudad, donde la violencia acecha en cada esquina. Yeiner rompía la cuarta pared constantemente, hablándole al público, haciéndonos parte de su aventura.

En ese momento, comencé a darme cuenta de que ambos mundos no son tan distantes, y que pueden complementarse para revelar la magia que los caracteriza. Esa misma magia es la que los convierte en grandes referentes a nivel mundial, capaces de evocar emociones profundas en quienes tienen la dicha de admirarlos. Es como cuando interpretaron aMicaela “dando a luz” a sus hijos con balones de fútbol en lugar de bebés, una analogía perfecta de cómo el balón es vida para quienes crecen con el sueño de ser futbolistas.

Entre risas y momentos de tensión, se lograba reflejar lo que es ser costeño. Esa capacidad de reírnos hasta de nuestras propias tragedias.

Por otro lado, retrataba esa eterna lucha de los de abajo contra los de arriba. Estaba González, el tipo con billete que quería apoderarse del Junior para hacer sus negocios sucios, pero Micaela no se dejó. Y ahí estaba la semejanza con la vida: en el fútbol, en la calle, en el arte, siempre hay alguien queriendo adueñarse de lo que no le pertenece.

Yo miré de reojo a mi novio a mitad del show. Estaba callado, ‘metido en el cuento’. Tanto, que hasta se perdió una llamada de su papá. Cuando devolvió la llamada, la charla se dio más o menos de esta manera:

—“¿Dónde estás?” Le preguntó su papá.

—En una obra de teatro.

—¿Y tú qué haces en esa vaina pa’ gente rara?

—Es sobre el Junior.

—¡Ah, así sí ‘paga’!

Y sí, aquí el teatro es “raro”, pero el Junior lo vuelve normal. Pues aquí el arte no es que no exista, solo lo tenemos estigmatizado. Y la no tan aparente cuerda fusión de este y el deporte no, no fue casualidad. El objetivo de aquel pase gol era recordarnos que el fútbol no es solo correr detrás de un balón. Es historia, es comunidad, es identidad. 

Pero las flores no solo se las lleva la narrativa, pues la conexión -que, aunque sin precedentes demostró ser indiscutible, se convirtió en aquella figura del encuentro dejando evidenciado que estos dos mundos pueden jugar pa’lmismo equipo. Y no es ‘carreta’, mejor mirémoslo de esta forma: En los dos existe la presencia de un guion -la estrategia-, una puesta en escena que depende del trabajo en equipo y, lo más importante, ambos necesitan de entrega y pasión; así, al tener todas estas jugadas, hacen que la gente se pare del asiento cuando la emoción es mucha. Y, en La Arenosa, ahora tienen algo en común: el Junior. 

Después, como todo buen partido, el espectáculo terminó, pero el debate sigue en la tribuna, pues se dio paso a un conversatorio en el que la directora explicó que Yeiner no se limitaba a ser solo un personaje ficticio. Ya que, su papel estaba inspirado en un amigo de ella, asesinado en Cuchilla de Villate (barrio popular ubicado al suroccidente de la ciudad) por una confusión. También comentó que tenía vestigios de Romelio Martínez, aunque su final fue distinto.

Al salir, mi novio me miró y dijo algo que nunca esperé escuchar:

—“Definitivamente, esto es una vaina que quiero que mis hijos conozcan”.

Y ahí entendí dos cosas: Primero, que tengo que aclararle a mi novio que no puede andar hablándome de hijos, yo soy solo una pela’ y él también. Y, segundo, el arte no solo entretiene, también transforma. Al igual que mi mamá me llevaba a verlo cuando era niña y sin darme cuenta sembró en mí el amor por la creación escénica -no para interpretarla, sino para contemplarla y comprenderla-, ahora yo había hecho lo mismo con él. Y sin necesidad de decirle nada al respecto, sin que él supiera lo que eso significó para mí.

Al final, la vida es una tómbola, un juego de azar donde no siempre sabemos qué nos va a tocar. En ocasiones, es un partido complicado, otras veces es una obra teatral que no pensabas ver. Lo que importa no es solo el pitazo inicial, sino cómo se define en los segundos finales. Porque, así como un técnico ajusta su táctica en el entretiempo, el arte también nos cambia la perspectiva a mitad de camino. Y cuando el cronómetro llega al minuto 90’, lo único que queda es el eco de la emoción y la anécdota que se queda en la memoria. Entonces, cuando menos lo esperas, terminas celebrando un gol donde creías que no había cancha.

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