A la memoria de una vieja pizzería bohemia y barrial

Crolumna 1, Parte 1.


Amanece el barrio Alto Prado a un último jueves del mes, su panorama de techos triangulares y edificios ochenteros cuadrados es tomado por una batalla en el cielo entre el sol y las nubes de mitad de año, y con la formación-y desvanecimiento también- del trancón de la calle 75, nace un día hábil más en la manzana del parque José Martí y su Y que separa dos calles gemelas. Una de ellas, sitio donde un edificio le da hogar a este servidor y a su mascota, quien se levanta con ese nacimiento cada día.

Ella, o mas bien el, un pequeño perro Chi Poo con un corte y barba parecidas a un Ringo Starr cuando fue joven y bigotón, es la primera instancia e imagen de cada día para mí, ya sea levantándome a brinco y lengüetazo o con su ladrido, se manifiesta indicándome que debo despertar y hay deberes diarios por hacer.

Ella misma se manifiesta, pues me levanto adormitado y al salir a la sala, veo su plato a medio comer y escucho a un familiar con quien vivo avisar un ya comió, bájalo ya que es tarde, por lo que en un paseo por un pasillo estrecho como si anduviera en una cueva hacia el cuarto de atrás, agarro su arnés de una mochila que es mas perchero y bajamos a la vía de cada mañana luego de pasos por escalones de con grava y las paredes graniplast que forman mi edificio.

Ahí, afirmados en el pavimento paseamos la acera de mi edificio y pisamos tanto el estirado charco de pringamoza como todo bordillo acostado sobre él, mandando al can a invadir cada jardín y pastizal de la zona aledaña. Mientras la imagen de cada mañana de la vía, compuesta por su poste solitario; la vieja nueva casa republicana de Blink Seguridad y la caja blanca que es la sede de IntegrAseo se forma ante mí y la decora para una mañana más, vacía.

Alguna vez dije en un relato con la manzana como escenografía, pero en época de carnavales y en medio de la noche, que ella, aunque aledaña a arterias principales del tránsito de la ciudad y vecina a barrios rosas y de comercio, vive con la ausencia de gente en convivencia y rondando para hacer vida como costumbre.

Aunque pasen embotellamientos y en la San Jerónimo, ubicada a la vuelta, hagan festivales pro-fondos, siempre es más común que hasta la planicie de la calle pase sola, como cuando a una fabrica le sacan la maquinaria en un cierra para venderla, o cuando una bodega queda vacía. Provocando una soledad que, ahora de dia y con muchos carros aparcados por aquella, me pone a mirar al parque por miedo en estos instantes.

–  Ese parque si anda vacío, no voy pa’ alla-digo 

En eso, pasamos a la acera de enfrente, sitio de todos lugares que mencioné, damos con unas bolsas de basura llenas puestas en la punta de un bordillo de una casa con jardín, y al rosar con ellas para oler que son un territorio para marcar tradicional, el perro riega estas y el concreto que tiene a sus pies, poniéndome a ver si la señora y su asistente robusta no me regañan desde la terraza y pasando con miedo.

Después de ello, una pared blanca mugrienta asoma a la vista, y con ella una reja cubierta en vidrio borroso amarronado por el polvo que, con el silencio y el oscurecimiento automático que ocurre en el solo paso por aquí, da a un plano de abandono y miedo. En el que nos encontramos un solar y jardín cubiertos en cada pedazo por un cerro de ramas largas, hojas amarillentas y hasta tejas de plástico sucias por la humedad amontonadas encima hasta llegar a la altura de mi pecho-mido 1,78-y volver la acera un pasillo por el que pasamos encogidos.

Al voltear la cabeza, doy con el motivo de esto: Una vieja casa blanca tradicional, republicana también, que tiene barrotes divisores en sus ventanas, y a la vez un saliente de cemento que tiene una vitrina de tienda de ropa en el es intervenida por obreros. Parece que le están sacando toda la maleza que tuvo que acumular por tener tiempo así, pues mientras divisó la escena salen con guantes las manos y manchas de tierra.

Le cortaron los arbustos de alrededor y todo-digo

Mientras todo eso ocurre, como en una escena de una cinta post apocalíptica donde el protagonista rebusca lo que hay en unas ruinas, veo un objeto llamativo en el suelo, en este caso un chico rectángulo de cartón carmesí, entre las caras de impresión me agacho y tomo ese cartón para hacer una revisión casi como arqueólogo. Los lados y su texto en letra chiquita dicen:

Pizza a la piedra

MAZZINO. Desde 2005

XXXX18-XXXX19-XXXXXXXX67

@mazzinopizza

www.mazzino.co

De inmediato, todas las sensaciones de miedo se van y dejan de presionar mi cuerpo, y las escondidas intuiciones que tenía, y los recuerdos que volvían, al ver el lugar se mezclan y salen al contemplar, triste y alegre, a aquel lugar. Pues las memorias propias y el siempre presente recordatorio que, la presencia de esa casa, tiene sobre mi zona reviven como aquella era hogar de un ente que envolvía la cuadra en un olor a harina y leña; regalaba melodías de trompetas y piano cool jazz; alumbraba la calle que hoy está oscura; y congregaba a mi, a mi familia, a la gente del barrio al ofrecer una rústica pizza a la piedra.

Mazzino era todo eso, y al recordar, les cuento por aquí como se vivía y como viví experiencias y momentos.

La próxima semana, la continuación de esta historia en la próxima Crolumna de fin de semana.

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