La Ciénaga de Mallorquín, un tesoro natural vital en Barranquilla, se encuentra en el centro de un complejo debate ambiental y social. El Ecoparque, un proyecto insignia de la Alcaldía de Barranquilla, fue concebido como un esfuerzo monumental para revitalizar los humedales e impulsar el ecoturismo. Sin embargo, bajo la apariencia de progreso, un coro creciente de voces críticas, incluyendo organizaciones ambientales y comunidades afectadas, denuncia un «exilio forzado» de sus especies endémicas. Este informe investigativo profundiza en los impactos profundos, a menudo no reconocidos, de esta reciente construcción en la delicada biodiversidad de la Ciénaga y en los medios de vida que sostiene. La tensión entre las aspiraciones de desarrollo y la integridad ecológica constituye el núcleo de esta investigación, buscando desvelar la cronología de estos cambios y los puntos críticos de la migración forzada.
Antes de las intervenciones más recientes del Ecoparque, la Ciénaga de Mallorquín era reconocida como un sitio Ramsar , un humedal de importancia internacional. Ostentaba una asombrosa biodiversidad, sirviendo como hábitat crucial para aproximadamente 155 especies de aves, de las cuales 90 eran residentes y 64 migratorias, incluyendo 4 subespecies endémicas y 9 especies amenazadas. El ámbito acuático era igualmente rico, albergando 36 especies de peces registradas, de las cuales el 16% eran residentes y el 84% visitantes del Mar Caribe o del Río Magdalena. Mamíferos como la nutria neotropical y el mapache, junto con reptiles como la babilla y la iguana verde, prosperaban en sus diversos ecosistemas. Crucialmente, la Ciénaga albergaba cuatro especies vitales de mangle —rojo, amarillo, salado y Zaragoza— que formaban corredores ecológicos esenciales, proporcionando refugio, alimento y zonas de reproducción para una vasta gama de organismos acuáticos, anfibios y terrestres. Esta vibrante biodiversidad resaltaba el papel de Mallorquín como un nexo ecológico crítico.
El proyecto Ecoparque Ciénaga de Mallorquín, anunciado como una de las iniciativas medioambientales más importantes de Colombia, inició oficialmente su construcción en diciembre de 2021. Esta ambiciosa iniciativa implicó una inversión estimada de $300 mil millones, con planes para siete grandes intervenciones proyectadas para finalizar entre 2022 y 2023. El Departamento Nacional de Planeación (DNP) informó que el proyecto avanzó a un 60% de su culminación, enfatizando su objetivo de «transformar la calidad de vida de los barranquilleros».
Los componentes clave de la infraestructura incluyeron 14.360 metros cuadrados de parqueadero, 1.5 kilómetros de pasarelas elevadas y 2 kilómetros de ciclorrutas, diseñados para facilitar el ecoturismo y el acceso público. La visión era convertir la Ciénaga en un destino ecoturístico de clase mundial, integrando el Río Magdalena, el Mar Caribe y la playa de Puerto Mocho. Esta cronología destaca un enfoque de desarrollo acelerado para un sistema ecológico complejo.
A pesar de los objetivos declarados del Ecoparque, el Ministerio de Ambiente (Minambiente) emitió un informe contundente, identificando 21 hallazgos críticos sobre la Ciénaga de Mallorquín. Una preocupación central fue la revelación de que el Ecoparque se construyó «sin un análisis ambiental de impactos sobre el humedal» y carecía de «medidas de manejo para mitigar los impactos sobre los corredores biológicos». Minambiente señaló además normativas ambientales desactualizadas y una gestión ambiental deficiente que exacerbaron la degradación del cuerpo de agua. Esta omisión resulta particularmente alarmante, considerando que la Ciénaga ya había experimentado una pérdida significativa de hábitat, con 172 hectáreas de espejo de agua y 6.7 hectáreas de manglares desapareciendo entre 2004 y 2019, principalmente debido al crecimiento urbano.
La construcción de nuevas vías e infraestructura, sin una mitigación adecuada, corría el riesgo de dividir el ecosistema e impedir la movilidad de las especies. Estos hallazgos subrayan una desconexión crítica entre la planificación y la salvaguarda ecológica. La presencia de infraestructura como pasarelas y ciclorrutas, sin medidas compensatorias, puede fragmentar los corredores biológicos, interrumpiendo las rutas naturales de movimiento de la fauna. Esta interrupción obliga a las especies a abandonar sus hábitats tradicionales, buscar áreas alternativas menos adecuadas o enfrentar una mayor mortalidad debido al aislamiento o la falta de recursos, lo que se traduce directamente en un desplazamiento.
Más allá de las alteraciones físicas directas, la Ciénaga sigue sufriendo una grave degradación de la calidad del agua, un factor crítico en el desplazamiento de especies. Estudios realizados por la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA) en 2021 revelaron niveles alarmantemente bajos de oxígeno disuelto (OD), que oscilaron entre 1.1 y 2.2 mg/L. Estas cifras están significativamente por debajo del objetivo de calidad de la propia CRA de >3 mg/L y del criterio de 4 mg/L para aguas dulces cálidas, lo que indica un «estrés severo» para la vida acuática y una posible «mortalidad de peces debido a la deficiencia de oxígeno».
El problema se agrava por el aumento de la salinización debido al mantenimiento deficiente de los box culverts que conectan la Ciénaga con el Río Magdalena, transformándola de un sistema estuarino a una laguna costera más salina. Además, los altos valores de Sólidos Suspendidos Totales (SST), que se desviaron de los objetivos de la CRA en cinco de los siete puntos monitoreados, y la contaminación persistente de antiguos vertederos (Las Flores, El Henequén) que se filtran al arroyo León y luego a la Ciénaga, continúan afectando el ecosistema. Este cóctel de contaminantes y la alteración hidrológica crean un entorno cada vez más inhóspito para las especies nativas. La persistencia de estos graves problemas de calidad del agua, incluso después del inicio del proyecto Ecoparque (datos de 2021-2023), sugiere que el proyecto, a pesar de sus objetivos declarados de «revitalización», no ha abordado eficazmente estos problemas fundamentales de contaminación o que sus actividades de construcción podrían estar exacerbándolos. Esto implica que el desplazamiento no es solo una consecuencia directa de la construcción física, sino también el resultado de la falta de remediación de la contaminación y los cambios hidrológicos existentes y potencialmente intensificados. El éxito del proyecto en la «revitalización» del humedal se ve gravemente comprometido si sus sistemas de soporte vital fundamentales siguen críticamente degradados.
Los indicadores ecológicos muestran un panorama sombrío de especies bajo severa presión, lo que apoya la narrativa de un éxodo forzado. Estudios de caracterización hidrobiológica de 2022 y 2023 realizados por la CRA indican bajos índices de diversidad (Shannon-Wienner, Margalef) para las comunidades de fitoplancton y zooplancton. Por ejemplo, el informe de 2023 señaló valores de Shannon-Wienner para el fitoplancton entre 0.55 y 0.71, y para el zooplancton por debajo de 2, ambos indicando una «diversidad relativamente baja» y una «baja riqueza de especies». El predominio de morfoespecies específicas, como Microcystis sp1 (una cianobacteria) en el fitoplancton , y la prevalencia de Chlorophyta (95.16%) en 2022 , a menudo sugieren condiciones eutróficas, donde la abundancia de unas pocas especies tolerantes supera a otras
Esta diversidad reducida significa un ecosistema menos resiliente y saludable, lo que dificulta la prosperidad de una amplia gama de especies endémicas. La tendencia a largo plazo de pérdida de hábitat, incluyendo las 371 hectáreas estimadas perdidas por invasión desde 1985 , disminuye aún más el espacio y los recursos disponibles, contribuyendo al desplazamiento. Los bajos valores de Shannon-Wienner y Margalef indican que el ecosistema tiene menos especies distintas o que unas pocas especies son abrumadoramente abundantes mientras que muchas otras son raras. El predominio de especies como Microcystis sp1 o Chlorophyta en altos porcentajes es un bioindicador clásico de estrés ambiental, particularmente eutrofización. Estas especies «tolerantes» prosperan en condiciones degradadas, superando a las especies endémicas más sensibles. Cuando las especies sensibles no pueden tolerar las condiciones ambientales alteradas, se ven obligadas a abandonar el área en busca de hábitats más favorables, o perecen. Esto representa una profunda alteración en la estructura y función del ecosistema, perdiendo su complejidad ecológica y su capacidad de recuperación.
En respuesta a las crecientes preocupaciones y a sus propios hallazgos, la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA) ha emprendido diversas iniciativas para la Ciénaga. Estas incluyen la revisión y ajuste en curso del Plan de Ordenamiento y Manejo de la Cuenca Hidrográfica (POMCA) y esfuerzos significativos de reforestación, como la siembra de 10.000 plántulas de mangle. La CRA también implementa programas de monitoreo de la calidad del agua, utilizando métodos avanzados como el «Ecodrone», y ha lanzado un sistema de alerta temprana basado en la comunidad. Sin embargo, estos esfuerzos se encuentran con la firme demanda de Minambiente de «actualizar los determinantes ambientales» y asegurar el «tratamiento de aguas residuales» en todos los proyectos habilitados, lo que implica deficiencias actuales
Mientras tanto, la Alcaldía de Barranquilla, liderada por Alex Char, continúa defendiendo el Ecoparque como un «sueño hecho realidad» y un «espacio inclusivo» que ha «embellecido» la zona, centrándose en sus beneficios sociales y recreativos. Esta divergencia subraya las complejas y a menudo conflictivas prioridades entre la protección ambiental y el desarrollo urbano. El hecho de que Minambiente, una autoridad ambiental superior, deba exigir estas acciones sugiere que los esfuerzos actuales de la CRA son insuficientes, demasiado lentos o no abordan problemas subyacentes críticos, particularmente el problema persistente de las aguas residuales sin tratar. Esto implica una falla en la implementación o aplicación efectiva de las regulaciones ambientales y los planes de gestión existentes. El Ecoparque, a pesar de ser una inversión masiva y un símbolo de transformación urbana, no es una solución independiente. Opera dentro de un contexto de desafíos ambientales continuos y no resueltos, como la descarga de aguas residuales domésticas de asentamientos informales.
El Ecoparque de Mallorquín, si bien busca revitalizar un humedal crucial y promover el ecoturismo, ha desencadenado innegablemente impactos ambientales y sociales significativos. La evidencia apunta a un continuo «exilio» de especies endémicas, impulsado por la fragmentación del hábitat, la degradación de la calidad del agua y la exacerbación de problemas de contaminación preexistentes. El profundo desplazamiento socioeconómico de las comunidades pesqueras tradicionales complica aún más la narrativa del progreso, destacando el costo humano de un desarrollo sin mitigación adecuada. Como sitio Ramsar designado, la Ciénaga de Mallorquín exige un nivel de conservación que trascienda la mera infraestructura recreativa y aborde sus complejas vulnerabilidades ecológicas. Un futuro verdaderamente sostenible para la Ciénaga requiere un plan de gestión urgente, integrado y proactivo, basado en un monitoreo científico riguroso y una participación comunitaria genuina, tal como lo defienden los grupos académicos y ambientales. El destino de este ecosistema vital, y las especies y comunidades que dependen de él, pende precariamente de un hilo, a la espera de un compromiso con la verdadera restauración ecológica y la justicia social.