Una inyección preventiva con 99,9 % de eficacia promete frenar las nuevas infecciones por VIH, pero su alto costo amenaza con limitar su impacto global.
El mundo científico celebra un logro histórico: Estados Unidos aprobó el primer tratamiento preventivo del VIH que se aplica solo dos veces al año. El medicamento, conocido como Yeztugo (lenacapavir), ha demostrado una eficacia del 99,9 % para evitar infecciones por transmisión sexual. Sin embargo, mientras los titulares hablan de esperanza, la pregunta de fondo sigue siendo inquietante: ¿quién podrá realmente acceder a este avance?
Diseñado por el laboratorio Gilead, Yeztugo fue aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) como la primera opción inyectable semestral contra el VIH en adultos y adolescentes. Su funcionamiento es sencillo: una dosis cada seis meses, sin necesidad de tratamientos diarios.
El entusiasmo de la comunidad científica no se hizo esperar. “Este es un día histórico”, aseguró Daniel O’Day, director ejecutivo de Gilead. Y no es para menos: en ensayos clínicos con más de 4.000 personas, la tasa de prevención fue del 99,9 %, un resultado que posiciona al lenacapavir como uno de los desarrollos más esperanzadores desde que comenzó la lucha contra el VIH.
Una herramienta poderosa con una barrera preocupante
Pero no todo es celebración. Aunque los resultados son extraordinarios, el acceso al medicamento es otra historia. Gilead aún no ha revelado oficialmente el precio, pero estimaciones apuntan a un costo de hasta 25.000 dólares por persona al año en Estados Unidos. Este precio podría convertir a Yeztugo en un tratamiento inalcanzable incluso para muchos sistemas de salud pública en países desarrollados, y prácticamente imposible de implementar en regiones de bajos ingresos, donde el VIH sigue siendo una amenaza latente.
“No se trata solo de tener el medicamento, sino de garantizar que llegue a quienes más lo necesitan”, alertó Andrew Hill, investigador de la Universidad de Liverpool. Su equipo ha demostrado que el lenacapavir podría producirse en masa por apenas 25 dólares anuales. El contraste es brutal.
La alta funcionaria de Naciones Unidas, Winnie Byanyima, también pidió a Gilead que garantice un acceso justo: “Lenacapavir podría ser la herramienta que necesitamos para controlar las nuevas infecciones, pero solo si está al alcance de todos, no solo de quienes pueden pagarlo”.
Ensayos exitosos, necesidades urgentes
Los estudios clínicos respaldan la esperanza que este medicamento representa. En uno de ellos, realizado con más de 2.000 mujeres del África subsahariana, ninguna contrajo el virus. En otro ensayo, con personas de género diverso, solo se reportaron dos infecciones. Además, los efectos secundarios fueron leves: dolor en la zona de la inyección, náuseas y dolor de cabeza.
Para muchos especialistas, Yeztugo representa un cambio de paradigma. Ya no se trataría de tomar una pastilla diaria, como hasta ahora, sino de recibir dos inyecciones al año con resultados similares a los de una vacuna. Esto podría reducir significativamente barreras como el estigma, el olvido o la falta de continuidad en el tratamiento, especialmente en poblaciones vulnerables.
¿Qué sigue?
Gilead ha firmado acuerdos con seis farmacéuticas para producir versiones genéricas del medicamento en 120 países de ingresos bajos y medios, pero aún se espera la aprobación regulatoria para iniciar la distribución. Mientras tanto, un convenio con el Fondo Mundial promete alcanzar a dos millones de personas, aunque enfrenta obstáculos presupuestarios debido a recortes en la cooperación internacional.
El mundo está ante una oportunidad única: una herramienta científica capaz de frenar una de las epidemias más persistentes de las últimas décadas. Pero ese avance solo será real si se acompaña de voluntad política, solidaridad internacional y decisiones empresariales responsables.
Porque una cura que no llega, no salva…